Libido

   
Aprendieron que los cuerpos tenían unión, que las caricias son endebles y débiles a la vez.
Sus labios se adueñaban de cada rincón de su boca, suavemente humedecían las ansias, entraban en otra dimensión, sus manos tersas llenas de esa suavidad de seda recorrían sus huesos ahora más notorios, espacios sin descubrir, lugares propensos al ímpetu de las células, dónde el éxtasis empieza  tomar el impulso.
Recorriendo la misma pista de carreras, montañas y valles tupidos, cómo los botones se convierten en hojas de papel tirantes que ceden fácilmente, pedazos de ensueños, sudor y lágrimas que desaparecen; sus piernas vuelan alto, misma contorsión que provocan estragos de huracán; la temperatura no es problema, no hay tabaco ni ron solo el placer del mismo estupor cutáneo que se deja palpar, un arma de doble filo cuando el verdadero cuerpo comienza su marcha triunfal. Gemidos aturdidos, disminuidos por el silencios, absorbidos por la necesidad del disimulo, poco a poco lentamente, dejando que la mente se cierre y las sustancias emerjan.
Del interior y hacía afuera, viceversa infinitas veces: así nacen las emociones,  fluyen las materias líquidas propias de las energías volátiles, como las reacciones inflamables que generan calor.
Brazos que no sobran, cabellos que se enredan, uñas que arañan; nada implícito, una línea recta y vertebral sirve de base, algodón extendido: nubes que te bajan del cielo, paraíso con sabor a café.
Silencios que no apremian, ruidos aplacados; el hombre cautivo, la mujer maldita; el hombre que domina, la mujer que obedece: un cambio paulatino de roles, personajes sin disfraces; lujuria pura sin mal intención. Sabor a hiel cuando está mal, pero de miel si todo está bien; nadie sabe lo que viene ahora, el sol se pone en posición, ilumina el salón y los actores vuelven a la acción; el telón desaparece, hace mucho que no existe, nada se olvida; cada escena sinónima de un teatro improvisado. Ya no queda vestuario: los intérpretes se conocen en profundidad.
Tela blanca que envuelve músculos y huesos, un torso moreno, la vista trasera del coliseo: fiera y gladiador acopladas hasta no lograr ver la diferencia. No se distingue la velocidad: se tiene el tiempo y el espacio. Gritos e intensidad directamente proporcionales con el fuego de las calderas, enganches y tiros de gracia, paso a paso se detienen, saborean los majares sin detener el banquete.
Libido puro, sano e íntegro: no hay pecado más que el consumado, dedos gruesos cubren con el manto a la doncella, mientras ésta cierra los ojos lentamente, excitación que llega con clímax, ambos paralelamente entrecierran los ojos, generan fuerza con las manos dejando que el deleite no se haga fugaz. El beso de la muerte: Satisfacción al límite, necesidad saciada.
Cubren las huellas del crimen, el día se asoma con el sol; sobornan a la luna para que calle todo lo visto; indican con el índice el horizonte así se distraen los espectadores. Acuerdan una nueva cita, desconocidos serán hasta que surja una nueva ocasión en que cuatro paredes los obliguen a jugar con un arma en la mano con la que ya sabrán que hacer.

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