El festín de los demás

Una niña pequeña sentada en una mesa, la comida esta servida y ella solo la observa; toma la servilleta, la coloca sobre su rodilla derecha, en su mano diestra el cuchillo y en la opuesta el tenedor... se prepara.
Una cornucopia derrama manjares, ella solo los devora, los disfruta, saborea cada bocado; sabe que es el ágape antes del ayuno, antes de la despedida, porque ahora es el fin, un nuevo comienzo la espera.
Se lo ha comido todo, el vestido tiempla los botones que lo sujetan a su ahora relleno abdomen. Recostada sobre la silla se inclina hacia atrás para al fin reposar y esperar que las horas pasen pero algo sucede, cae, cae lentamente; en un trayecto largo y lento al fin su cabeza toca el suelo y la golpea con desdén; el dolor no aparece pero sí las sensaciones, los pensamientos.
Su mente estalla en recuerdos, y cada segundo se convierte en siglos llenos por imágenes, voces, ideas; es una explosión a niveles catastróficos. Su cuerpo no ha sentido nada, pero ha llegado el momento preciso: ella perdió el conocimiento. 
Pequeños destellos de luz impactan sus pupilas inertes, de sus cabellos destila agua, sus manos se tornan azules, y de su nariz brota un extraño líquido carmesí; es el fin?
Algo se acerca, un espectro, una señal, un ser no perteneciente a este mundo, con una fuerza abrazadora logra cerrarle los parpados; ella se siente flotar sobre nubes, aquellas que ahora recién conoce, que le dan respiro y le devuelven la vida.
Caerse era inevitable, levantarse resulta vital; un espejo esta frente a ella, la mesa ha desaparecido, su vestido es ahora blanco, sus ojos lograron estabilizar cada movimiento observable. Tiene unas pastillas en la mano, son de color verde y no sabe que hacer con ellas hasta que descubre que en su otra mano un vaso con agua cristalina designa la misión de las extrañas sustancias; confundida observa a su alrededor, solo ve el espejo; la pieza es completamente blanca y la única señal que vislumbra es una nota pegada sobre aquel cristal que la refleja. El escrito es comprensible para su cerebro y lee, lee atentamente, sin dudarlo introduce las pastillas a su boca, bebe el agua, cierra los ojos; siente que su camino a ser una mujer limpia esta al alcance de sus manos, su cuerpo eliminará todo aquello que la daña que la contamina.
Pasan las horas, está confiada en que debe sentirse protegida, salva, limpia, sana; ahora todo esta bien. Comienza entonces a caminar en línea rectar sin saber a donde le llevará pero todo esta bien, sabe que no esta sola, y no son sus fuerzas las que la guían si no algo más allá; algo divinizado.
Todo se torna borroso de pronto, un remolino ataca sus cabellos, ciega su camino pero ella cubre su rostro y avanza contra la corriente, avanza, avanza y avanza con todo lo que su cuerpo resiste; al final llega a un jardín con medidas y proporciones inconmensurables.
No entiende nada, su cuerpo se ve más endeble y menudo pero, se detiene, mira al cielo, algo brilla a lo lejos, sigue su camino hasta que pisa un pantano profundo, su vestido ahora esta manchado pero logra salir para poder continuar. Hay un trono hecho de oro, rodeado de estrellas, nuevamente encuentra una nota en papel desteñido: sabe lo que debe hacer.
Se sienta y espera, espera, espera con paciencia; ha llegado el momento, se observa nuevamente, sorprendida no comprende como es que sus vestiduras resplandecen en pulcritud: es bella y sin mancha.
Descansa nuevamente sobre su ahora trono, cierra los ojos; no debe caer en sueño profundo porque arruinaría todo pero desobedece; cae, cae, cae. El abismo sería lo más lógico pero es la mano del príncipe quien la despierta tocándole el hombro para poder ahora anunciarle a la multitud que ella ahora es su princesa. 
Ella sonríe, agacha la cabeza, recibe un abrazo; no hace falta nada, siente volar.

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