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 Es la hora del taco; en pleno piso quinto visualizo la radiografía del tan mal llamado Santiasco.
La nebulosa de smog se antepone a los cerros y a los cientos de edificios que son la nueva tónica del desarrollo globalizado.
Las cenizas caen despacio mientras las micros atiborradas de gente apuran el paso de taxis y autos deseosos de empezar la jornada; muchas oficinistas comentan que almorzarán, como les fue ayer o simplemente se ensimisman con sus pensamientos y deseos. No faltan los piropos o los silbidos que simulan una poca de admiración a la belleza.
Mujeres con hijos, hombres que desayunan mientras caminan, bocinas que gritan sin escatimar esfuerzos, y gente como yo que inicia su día después de unas cervezas y un poco de ron.
Nueve de la mañana y la televisión se inunda de matinales con las mismas ''noticias'' de siempre, comentarios sobre las fiestas que se acercan, tips para el verano, recreaciones sobre problemas amorosos y como no podía falta esa basura llamada Farándula.
El departamento tiene una habitación, un baño, cocina americana y un balcón por el cuál mi contaminante vicio se incorpora al ambiente matutino. La olla silba lentamente avisándome que el arroz está cociéndose; me siento revitalizada con apenas un par de horas de sueño.
La diosa está dejando todo en orden, el ángel se retiró a sus labores muy temprano, el guerrero me hace el favor de cortar el pollo. Hacer algo como muestra de mi agradecimiento sería poco; la cumpleañera se siente radiante.
Mientras los personajes duermen, beso a la diosa que le pertenece al ángel, en silencio y con miedo acerco mis labios lentamente, con disimulo más una poca de pasión. Me siento sola, necesito ese calor humano, como una necesidad que se acrecienta de a pocos. La verdad es que no estoy sola, tres sujetos duermen conmigo pero ninguno me dará una muestra de amor.
A punto de tener que irme agradezco una vez más, me despido y emprendo el viaje.
Una micro, una de las muchas que deambulan como fantasmas blancos de franjas verdes que cumplen su función patéticamente; primero la 229, luego la 407.
Un joven me observa, a lo largo del camino finjo leer pero no puedo, su mirada me desconcentra. 
Un accidente para variar, carabineros cada 50 metros (necesitan llevar regalos esta navidad ), una mujer pequeña pero muy pequeña a la vista; cierro los ojos y  llego mágicamente.
La nicotina acompañada del alquitrán se apoderan de mi cabeza.
Termino mis diligencias para que el terror vuelva a mi cotidianidad, el último fósforo no encendió mi cigarro.
Los gritos que solo expresan sandeces se apoderan de mis oídos ...Queda poco.

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