Como el impulso que siente la ira.


Bestias de colores observando, sintiéndome atada a aquel árbol. No hay miedo de caer.
Bestias devoradoras, que después sienten culpa y lloran, se agobian.
No pretendo hacerles daño, ¡Por favor!, soy el camino, pero no la verdad.
Bestias que son capaces de sacrificar a sus hijos, y estos les ofrecen su cuello, para que no sean rechazados. Más que prueba de amor y fe.
Son como ciervos que anhelan las corrientes de agua.
No tienen miedo de hacer cosas que no quieren, pero son incapaces de seguirme, como marchando en medio de un pueblo en fiesta.
¿Hacia quien se vuelve el rostro? Les ofrezco mi mejilla.
Si hubieran abierto el mar para mi, eso me habría bastado. Les dije siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel debajo de tus pies.
Hacia las aguas de la vida se conducen. Parecen mis enemigos, son la razón del ser.
Entre ellos, uno, el más hermoso de los hijos de Adán, que marcha lleno de gloria y esplendor. Que hace temible mi derecha, agudas son sus flechas.
A su derecha esta la reina, en oro de ofir.
¿Quién es esa que sube del desierto?
Es la que va a hacia ti morada santa.
Gritad jubilosos.

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