Agua Marina

Sigo sentada, tengo el rostro inexpresivo.

En la radio suena esa canción de moda. Qué año es? Estamos en los 90's y la fragilidad de mis recuerdos me impide buscar entre tantas canciones la que tanto me gustaba, esa que suena por las noche en algún pueblo cercano que está de fiesta.

A veces suena, cuando llegamos al centro. Son pocas las veces que hago ese recorrido, cuando me duele la panza, cuando necesitamos frutas, cuando vamos al banco o cuando por fin vuelvo a la casa de mi madre. 

Siempre las despedidas me cuestan, está todo tan desorganizado los domingos. Por alguna razón siempre me voy un domingo. 

No sé si es el giro inesperado de la trama provisto de la pobreza pero cuando camino por la plaza veo esos restaurantes llenos de gente y pregunto cuando será que iremos por fin. 

Al año siguiente la radio del salón no se apaga, vive día tras día guardando canciones en mi memoria. No sé cómo se llaman, sólo sé que las siento, que la lloro o las bailo a escondidas.

Allá donde vivo gran parte del año no hay cumbia, o si, pero no las que yo quiero. Éstas suenan diferentes, vienen de la casa de la vecina, del carpintero.

Las que me gustan hablan de sirenas, de amor dolido, de cantinas y cerveza. Siempre lloran a las mujeres que los dejan, describen cinturas bailantes de mujeres bronceadas que tienen gracia y belleza. Así quiero bailar.

De pronto esas canciones dejan de sonar y se pierden en la frágil memoria del 2000. Fue a los 8 años que dejé de ir. No sé si estaba ya muy grande, si no había dinero para el pasaje o si simplemente algo dejo de pasar sin que me avisen. 

Yo viví mil vidas entre la arena y los remolinos del verano sofocante del pueblo que no aparecía en el mapa. Ese teléfono azul no será levantado cuando yo y mis ojotas resuenen entre los pasillos del mercado. No habrá cortesía mientras le digo a mi mamá que estoy bien y que la extraño. Hasta ahí no sabía lo que era extrañar. 

Quizás mis abuelos envejecieron pero yo no volví a ver la jarra llena de café color beige, los sacos llenos de granos y las mantas tiradas al sol. El caballo marrón que brillaba mientras tomaba agua o las cabras que golpeaban mientras desfilaban a la mañana. 

Me levanto del asiento y miro alrededor, de mi rostro inexpresivo cae una lágrima, una sola. Veo los arreglos florales, coronas para ser exacta. Mucha gente de negro, "de quién en vida fue" se escucha a lo lejos. Hoy no hay cumbias, solo esa melodía fúnebre que pone la emisora mientras anuncia las defunciones del día.

A cuántos muertos habré enterrado que no conocía, a cuántas familias les di el pésame siendo tan pequeña. Que en paz descanse y que de dios goce me dicen, tú eres la nieta, no? Sí, la mayor. 

Que grande que estás.

Quiero refugiarme en las cumbias, las canto bajito junto con mi llanto silencioso. Dónde está el caballo y los gansos? No habrías querido que los sacrifiquen, en realidad no sabría realmente que quieres porque ya no está tu voz para decirlo.

Tarareo y me desplomo de a poquito sobre la columna del pasillo que daba a tu cama. Ese espejo y los cajones que no me dejabas tocar, lleno de cositas que no veo, de ropa que no usabas sin embargo estás de traje, quizás el único que tenías.

La emisora avisa que la misa es a las 4. 

Luego los anuncios de la pesca del día.

Ahora las cumbias. No las que quiero.

Y por fin una que conozco, la canto completa y lloro por fin. 

Eres la nieta de Don Máximo? 

Ay que grande que estás hijita. Tan joven que era tu abuelito.

-

Permiso, lo paso a ver.

La calle se llena y la arena hace un remolino, huele a chicha, huele a leña, huele tu camisa después de la cosecha de arroz. Huele a canto de sirena.


No hay comentarios:

Publicar un comentario