Remisión

En el desierto implacable, dónde se descartan las desdichas escucho a lo lejos tu canto herido de hiena hambrienta. Te persiguen las almas, padeces el mal de las lágrimas caídas sobre tu regazo. Te atraviesa la garganta como roca dura, piel espesa que no permite indulgencia.
Cuál bestia ignoras los huesos del banquete, que la rapiña se encargue de borrar toda huella de tus culpas. 

Es imposible que aprendas a pedir perdón. 


Tus uñas desgarran, son heridas profundas, son cicatrices obtusas, ríos de sangre, guiños de dolor en medio una tormenta que alega misericordia. Mi respiración entrecortada se ve por fin frente a tus ojos pálidos, como a punto de batirnos en duelo. 

Quizás, en tu escasez de razón no logres jamás comprender que soy capaz de sentir cada capa de mi ser, desde mis huesos, luego mis músculos hasta mi piel. Siento su peso, su volumen pero no tengo su voluntad. 

Entonces te aprovechas.
 

Ignoras también, mientras te avalanchas contra mi pecho, que las heridas que queman solo me hacen nacer en el plano terrenal de la propia existencia, me estás haciendo el favor de hacerme por fin humana. 

Mientras me elevo en la contienda, suelto algún alarido, es ardor. He llegado muerta hasta ti, me has devuelto la vida, he vuelto a morir.
Ese desierto vuelve al silencio, los vientos cubren de arena los restos, la luna perpetua se aleja. Esperas al hambre, calculas.

No pasa nada. 

Reencarno, vegeto y me expando. Vivo para que al medio día el sol abrazante se deshaga de mi.

No pasa nada 

Resucito, oscilo y me dejo llevar. Vivo para que la noche congele mis raíces y me deje partir.

No pasa nada

Resurjo, vuelo y me elevo. Vivo para que la tormenta inunde mis alas y deje de latir.

No pasa nada
No pasa nada

Una vez más 
Una vez más 

Revivo, tiesa y sin dolor. Por fin solo soy un grano de arena, y me fusiono para ser por fin daga de vidrio afilada. 

Aulla, nuestra los dientes, disfruta. Antes de que sientas el doble filo de nuestro fin.

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