Brasas

Si hubiera escrito cada grito distante en algún trozo de papel, hoy tendría todo un libro escrito. 
El sinsentido no tiene sabor, no hay esencia alguna que me conmueva la mirada y en cada bostezo la gandulería de ver los recuerdos pasar.

Dame del odio que habitó en la memoria, nota parecida al grito silencioso de tu desidia. En medio, cual desecho, queda la piel utilizada. Ya no sirve, ya no es nada 
En la profunda inersia del espacio, el humo enseguece el recorrido y el final de la carrera desaparece,

Intento, te juro que intento 

Coloca una porción de tierra en el jardín, deja crecer las flores y antes del verano encargate de podar.
Arma una lista de pendientes y no te olvides nunca que el ritmo no tiene que parar.
Lo que te sobre del café dejalo crecer.
Alimentame, allá en esa estación de tren después de la luz. 

El sueño parece que me prepara para no sentir el dolor
Pero que largo es este suplicio
Que enfermedad tan traicionera son los tormentos.

Creo siempre y fiel a mi torpeza que terminaré esta historia convirtiendo la niñez en un cuento de hadas, de esos con moraleja y hasta un final feliz. 

Me detengo y miro, mi cuerpo ha tocado el suelo duro del jardín, lentos tres metros que no sirven para nada. Huelo las malezas, esas que sacas a cuchillo, sirve de base acolchonada detienen mi caida. El techo está siempre prohibido no por la altura estoy segura.
La mugre se pega a mis rodillas y nadie se lo pregunta.

Nadie nunca se pregunta, nunca nadie lo nota.

En un sillón, rojo, quizás verde musgo cruzo las piernas. Tengo miedo.
Huele a queroseno, se impregna en todo. Hay silencio y la única ventana que da luz, elijes la cama más alta y después de ese momento me convierto en algo inerte.

Conozco la ironía de eso que llaman placer, ese que se lleva la vida en el respiro.

No sé cuantos años cumples, corremos, tengo ese vestido que tanto odio. Corremos y me toca esconderme, en el baño del pasillo, el chiquito del garage.
Huele a grasa, a cerveza, a sudor. 
En cuestión de segundos y con el roce de esa piel aspera mi único deseo son las velas y el pastel.

No sé quién eres, pero a esta altura que importa.

El calor del infiero siempre me lleva a las noches tempranas del verano. De aquellos en dónde apenas se escucha música de algún pueblo lejano, me imagino allí entre medio de toda esa gente entre la algarabía y el espectáculo.
Pero tendida, con los ojos clavados en el techo, siento las lágrimas caer, y tu cama ahora está vacía. Es la fricción la que me no me deja dormir, no lo entiendo. Hasta el día de hoy no lo entiendo.
En esa habitación no habitan los fantasmas, son mis gritos ahogados dónde nadie jamás escuchó.

Decir adiós ya no es juego, vuelvo a esas noches pensando que yo ya no estoy.







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