Del descenso

De repente un día las ideas se fueron por la ventana, todos los textos salieron volando sin destino alguno.
No sé a dónde fueron, pero sé que ya no están.
Perdí la noción completa de las cosas que hacían para que mi cerebro estuviera atento, caigo lentamente en la brutalidad de la ignorancia prolongada.

La música lo era todo, era. Mutamos en silencio, yo y mi otro yo estamos atrapados en un círculo dando vueltas infinitas.
Qué es un libro? Qué es todo aquello que se evaporó?
Nada absolutamente nada. 

Hoy le tengo miedo al dedo que presiona el botón.

Perdí la única identidad que me regalaste, aquella que valoraste en silencio. Aquel espacio creativo en dónde la fantasía y la  realidad se conjugaban, aquella donde fuimos verdad y sentido.
Estos son sueños en vano, son esperanzas vacías, son reacciones sin reactores. Esta solución no tiene equivalencia.

Me acaparabas de pies a cabeza, era tu silencio en desaprobación un manjar exquisito, el único libro verdadero que escribí, también está lleno de mentiras pero fueron pocas, pocas comparadas a lo que valías, al tamaño de tus alas y de tu libertad tan cautiva. Créeme.

Fuimos porque pensamos ser, no seremos porque te cansaste de ser...

Ignoramos más de lo que sabemos, pero lo que sabemos parece ser útil, es el ocaso del reflejo brillante y aún sigues preguntándote porque no salen risas entre líneas.
No es genética, no te equivoques, es que así me siento mejor, como palpitando constantemente en una marcha, en un paso que no es el mío.
Te acuerdas? Eramos porque nos faltaba todo los que otros tenían, porque fue nuestro refugio ante la belleza admirable, eramos porque los seres invisibles nos hacían parte de su mundo, eramos porque era la única defensa que no habíamos perdido, eramos porque dentro nuestro no existía el mundo exterior.

Somos la banalidad que deja la inteligencia de lado.