17 Kilómetros



La noche pintaba para algo tibio y una caminata ligera. Habían perdido el bus por tercera vez en el día, el dinero no alcanzaba para un taxi, las nubes dejaban que la luna hiciera su entrada triunfal, y aún quedaban diecisiete  kilómetros para llegar a casa.
Ella lo miraba fijo, él con todo el enojo que tenía apenas esbozaba una sonrisa. Asomaron el pulgar al menos unas mil veces y nada. Dos mochilas, tres prendas, dos frutas y ninguna moneda. De pronto una vaca, un vacuno solo y hambriento, los miró fijamente como calculando una embestida, se arrinconaron a la carretera intentando pasar desapercibidos, lo lograron.

Las luces empezaban a escasear, la cuidad quizás se había quedado un kilómetro atrás, asomaban el pulgar una y mil veces, nada. El silencio causa locura, y la oscuridad afirma la retina, la luna se acercaba a la faz de la tierra, la respiración era tan latente como el sonido del viento al correr. Los arboles eran la única banda sonora, sin señales ni celulares, sin saber interpretar las estrellas era el sentido común su única guía.

Kilómetro dos.
- Perra! 
La detonante de la distancia que hacía del camino una odisea era simplemente una palabra; sus ojos se humedecieron, él sin dejar de increparla sólo agravaba las cosas. Obsoleto el respeto que alguna vez se habían tenido, aquella simple expresión de enojo logró en un segundo hacer arder Troya como nunca antes. Indignación, miedo o quizás tristeza marcarían ahora los siguientes quince kilómetros.
Intentó disuadirla mil veces de su enojo, de dejar caer sus lágrimas, nada parecía ser útil, un metro de distancia calculada con exactitud, y una vida entera recorrida entre dos cuerpos que deambulaban por una carretera desconocida.

Kilómetro tres.
Un auto se asoma parpadeante, ha quedado varado igual que ellos, piden ayuda y la reciben, se toman un descanso y les sonríen. El frío empieza a aparecer pero la velocidad de su andar lo aleja, el silencio aún toma las riendas de la escena, la última lágrima está por caer. Toda la carretera parece recién demarcada, hay al menos un punto que cada cien metros marca la distancia de la cuidad siguiente, tras simples cálculos matemáticos que los entretienen por un rato calculan que en unas tres horas y media habrán llegado a casa si todo sale bien. Ella sonríe de tal hazaña numérica, ahora la fluidez de sus palabras no tiene de tope ese nudo en la garganta pero ese metro lineal sigue existiendo sin que aún nada pueda cambiarlo.

Kilómetro cuatro
Él siente humedad en las zapatillas, ella siente que sus zapatos-zapatillas han resistido más de la cuenta, la charla muestra por fin que no hay vuelta atrás, que ni una vida juntos, ni trece kilómetros por delante son posibles, se dan ánimos mutuamente, miran al cielo, sienten el viento atraparlos, él cede su mano, ella la acepta caprichosa y vacilante. Apuestan por interpretar cada sonido que escuchen. Los pulgares toman vida incansablemente con una  frecuencia más restringida. Empieza el delirio de la vacuidad, sueñan con una ducha caliente, con una cama tibia, con algo para comer, incluso con los perros que los esperan. 
Se miran con sigilo, su cabeza sobre su pecho, la labor de hombre está cumpliéndose. Un último auto pasa como si ellos se hubieran evaporado con la noche.

Kilómetro cinco
Habiendo perdido la noción del tiempo, el camino prosigue sin ninguna novedad, una nueva oportunidad para los pulgares aparece, nada. Una segunda, una tercera, una cuarta parece detenerse, falsa alarma.
Setenta y cinco centímetros lineales, repentinamente la ausencia.
Zona de curvas, zona de derrumbes, hacía la derecha, hacía la izquierda. Ocupan totalmente la carretera hasta que un camión pasa al límite del espacio que tienen demarcado, luego otro y después un tercero. Las luces provenientes de la vía contraría los enceguecen. Hora de ir al baño.

Kilómetro seis
- Y si corremos? 
Corren, corren libres, como nunca antes lo han sido, están donde nadie sabe de su pasado o de su existencia, donde no hay errores, en su trozo de universo, en aquel que condensó el amor y lo transformó, dónde sus energías provienen de la tierra, dónde el sol sale todos los días y la luna nunca quiere irse, dónde pensó que todo volvía a empezar, donde él quiso entender que respetarla era lo único que nunca quiso dejar de hacer, en ese paraje de ensueños que es tan desconocido que fue olvidado. Corren para que el tiempo de marcha atrás, para volver al inicio de la vida que se habían prometido, corren porque es el punto en el mapa donde nunca imaginaron siquiera llegarían a pisar, corren porque la vida los ha tomado por sorpresa. Corren porque no saben que es la última vez que lo harán.

Kilómetro siete
Quiso besarle tantas veces, quiso tenerla entre sus brazos, quiso que siempre estuvieran sus ojos cerrados por la mañanas antes de que saliera el sol, quiso su cuerpo y sus palabras, la quiso como nunca antes había querido, y aunque mil veces quiso alejarla otras mil quiso tenerla consigo. Se lamentó que las cosas hayan terminado para que volviesen a comenzar. Le pidió al universo entero que esos días no terminaran, que su orgullo nuevamente no le jugaran una mala pasada. La miró tan bella como siempre y tan lejos como nunca; pero allí estaba a fin de cuentas, para él y nada más que para él.
Vio como tan sencilla y callada levantaba nuevamente el pulgar, todo en una tibia cámara lenta, el auto se detuvo y lo maldijo, fueron siete kilómetros y medio que se prometió nunca olvidar, mejor dicho, nunca olvidarla. Frágil y enjuta movía sus brazos para que de prisa subiera al auto, la adoró o quizás sencillamente la amó en esa milésima de segundo.
Quince minutos después estaban encumbrando camino a casa, dónde la ducha sin agua caliente les daba la bienvenida, dónde la cama fría se veía tan inmensa sólo ocupado por un cuerpo pequeño. Y allí nuevamente estaba él en el umbral de puerta queriendo pedir perdón mientras la noche agotaba los ojos rebosantes de lágrimas de la única mujer que quiso acompañarlo al fin del mundo.

Kilómetro diecisiete
Acomodó su cuerpo recién aseado junto al suyo, le hizo un lugar entre sus brazos y su pecho; era su kilómetro cero, su meta, su paz y por fin su descanso. Le besó la frente, enlazó sus pies, la odió por amarlo a pesar de sus constantes estupideces, la odió por ser la única capaz de entenderlo, la odió aún más por siempre abrazarlo mientras dormía pero la odió aún más por amar cada una de esas cosas.
Y soñó, soñó despierto que la noche se le haría efímera, porque siempre eran cortas cuando el calor por fin brotaba entre las sábanas.


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