Pero no eras tú


Son de las canciones que me encantan, se adentran enloqueciendome y animando las ganas de hacerme llorar.
No fue culpa de nadie, excepto tuya.
Fue como un amor fiel, inmaculado y transparente (demasiado). Nunca toqué otra piel en todo este tiempo, nunca me atreví a mirar con deseo a alguien hasta hoy.
Reitero que no fue culpa de nadie, excepto tuya.
La noche no era tan fría, la luna no estaba tan llena, y quizás no estabas tan lejos, pero ya era demasiado tarde... Él escuchó, leyó descriptivamente como estaba vestida, me imaginó. Su mente fluía hasta que deseó tenerme a su lado.
No faltó mucho, era como si yo no estuviera, él no me veía y tú suponías otra historia al otro lado del teléfono.
Le pregunté si estaba nervioso, no hacía falta, lo veía nervioso y expectante, yo quería sus besos no los tuyos esta vez..
Tomó su mano, temeroso de las consecuencias, dudó; le pedí continuar. Tus mensajes aún llegaban y me creías fiel una vez más, me pensabas arrodillada a tus pies, me imaginabas a tu disposición. Pero no, yo dejaba que otras manos prosiguieran el camino, dejé que otra pasión se encendiera y por sobre todo dejé que fuera otro el dueño de mi cabeza.
Cada segundo fue infinito, el parecía sentirme sin necesidad de verme, yo necesitaba observar cada uno se sus movimientos, requería de toda mi atención en el vaivén de sus manos, en los ángulos de su cuerpo y claro, también de los míos, Accedí a continuar, el silencio se rompió expresé metódicamente cada cosa que sabía le apetecía escuchar, aceleré su pulso y él acalló mi necesidad, el ímpetu, aplacó mi dominación, me redujo y me rendí.
Primero él, segundos después yo, todo a vista y paciencia de sus y mis paredes; luego traté de explicarle la importancia de un abrazo. Te respondía sin remordimiento mientras trataba de aplacar su culpa, me llamó una vez más bonita, su boni; navegamos entre mis palabras que llamaban a la calma, tú reías sin saber.
Volví a mis aposentos, al silencio de mi cama, hipnotizada por el cielo raso hasta que caí en cuenta que mi implacable honestidad había muerto.
Fui capaz de mentirte, de hacerte creer que lo que cada rincón de mi ser sintió fue gracias a ti, el único, mi deseo primero y final, dijiste quererme, creías como siempre yo te creí.
No fue culpa de nadie excepto tuya.
Y dormí con la conciencia tranquila, me di cuenta de que ya no existías, que quizás hace mucho tiempo atrás fuiste un ser palpable o simplemente te imaginé.
Pero no eras tú, ahora era él.

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