Teoría relativista

Las noches dejan de ser tan repetidas, se van llenando de esa hipnosis fantasiosa de los cuentos de Poe; misticismo relativo de una teoría que parece muerta, que va padeciendo sin que alguien se digne  darle palabras de auxilio, la han dejado caer en lo profundo de lo burdo y lo soez. Qué se creen aquellos que aún buscan el bote desesperado de la forma fácil de crear, de esa literatura para vender mismo producto barato de feria, pues díganme hoy qué se creen.
Muchos poseen las herramientas para difundir lo que llaman escrituras de la corriente interna, algo así como pensamientos a la deriva que si los unimos tal vez puedan crear algún tipo de historia creíble o digna de ser leída, mas parece que abundan, pero cuantos lo son, cuántos pueden, y peor aún cuántos deben hacerlo?
En las noches de bohemia donde suelo perderme, hallé el mejor de los lugares en donde cualquiera obtendría inspiración. Diré que el piso enrojecía gracias al burdeo de su alfombra, las paredes blancas hacían juego con el vino que mis labios no se cansaban de palpar, copa traslucida que me recordaba que con el paso de las horas el contenido de la misma causaría algún efecto; pocos muebles, los necesarios. Aquella mesa tan frecuente en mis recuerdos, indiferente a cualquier diseñador contemporáneo que se titule de tal; restos de algunos otros comensales anteriores a mi presencia. Acompañada de una fina selección de anécdotas, viento proveniente de la terraza y lágrimas surgidas de la nada.
El delirio del alcohol no alcanzó a causar estragos, aún lo lamenta pero me otorgó algo más, una historia, una verdadera, una de esas que no cualquier hombre entrega. Una de pasiones desatadas, de amor y de aprendizaje recíproco. Lo escuché con atención, mi mente de pronto grababa sus palabras, las guardé con cariño, sé que me servirán alguna vez.

Como dos jóvenes, que en los años psicodélicos, estimulados por las sinestesias del ácido lisérgico, desafiaban el sol de california hasta que los rayos les carbonizaban la retina y condenaban a ver la vida con el oído, el tacto, y la imaginación
Él era un lancero medieval armado para la batalla y ella una ninfa del bosque, una sabina raptada que movía los áureos pies y protestaba, pero sus brazos enlazaban amorosamente el cuello de su raptor. El éxtasis había refluido, sin desaparecer; asomaba en el horizonte de su cuerpo como uno de esos soles fríos del otoño europeo, la época preferida de sus viajes. El hombre había depositado a su amada bajo el cono de luz y, desprendiéndose con firmeza de sus brazos que querían atajarlo, sin atender a sus ruegos, dando un paso atrás; el espectáculo era insólito y, pasado el desconcierto inicial, incomparablemente bello. Acompañados de medias risas y exclamaciones, sus ojos resbalan con dulzura por la luna oronda que parecía el vientre de pandora que era un bajel vivo surcando aguas invisibles. Qué hermosa es! pensó.
Su cuerpo de montes firmes, caderas generosas, muslos bien definidos, se hallaban en ese límite que él admiraba por sobre todas las cosas en una silueta femenina: la abundancia que sugiere, esquivando, la indeseable obesidad...


Terminó por besarme recordándola, pagué la cuenta, mate los últimos cigarros en su compañía, me dejo caminando entre la neblina y el peligro de un amanecer santiaguino de mayo.
No entendí la profundidad pero llegué a mis aposentos con la necesidad de escribir omitiendo detalles y generando atención de la manera menos esperada.

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