08 enero, 2025

BEEF


 El tobogán es de cemento sólido frío en invierno, acogedor y brillante. 

- ¿Te has dado cuenta que el cemento brilla?

Bajo el sol abrazador de enero era inviable, estaba caliente incluso cuando oscurecía.

-¿Te has dado cuenta que el cemento es como un espejismo bajo el sol?

Y una de esas tardes vi como su cabeza se azotó contra el borde el cemento, sentí pánico, vi la sangre. Corríamos despavoridos, sin nadie a cargo la cancha de tierra de se convertía en un oasis en medio del desierto. 

En la fila del hospital, una madre tenía dos niñas. La más grande se movía entre la multitud y vimos como de un solo golpe hizo rebotar su pequeña cabeza contra la pared. Quedamos inmóviles.

Durante una tarde de otoño, el agua caía de una ducha abierta en su máxima potencia, escuchamos los golpes y el llanto de un niño. Corrimos, corrimos lo más rápido posible. Quedamos inmóviles. 

Era la víspera de la navidad preparábamos la mesa para el desayuno, venía toda la familia. Escuchamos un grito, como un llanto que venía del baño. Nos quedamos quietos mientras los adultos corrían, vimos el camino que dejaban las gotas de sangre. Nos miramos en silencio por horas.

La noche de un domingo en pleno invierno después de volver del zoológico, sentados todos en la mesa recordamos por primera vez como nuestros cuerpos aún tenían las cicatrices de los golpes, reímos de que casi perdí un dedo, de que otros cubrían sus espaldas o como camuflaban las líneas en sus brazos. Nos miramos y luego nuestros ojos quedaron pegados al suelo una eternidad. 

Cuando crecimos nos trataron de adultos, nos mimetizamos con sus relatos, eran unos, eran otros. Aquellos los que perdieron la calma, aquellos que perdimos la guerra, aquellos que dieron un paso al costado. 

- Lo que pasa es que corre por nuestras venas, ya lo verás.

Y fue en una extraña noche de octubre cuando lo supe, corría fresco viento. Algunas calles más vacías que otras, en la esquina de una vereda empedrada deje caer mi cuerpo y un grito agudo salió de mis entrañas, corría por mis venas. Nos miramos en silencio, escuché como la saliva atravesaba sus gargantas. De alguna manera ya lo sabían: había llegado mi momento.

No nos quedamos inmóviles: estiramos los brazos y sentimos el calor de nuestras manos. 


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