Versión Final

Golpeando la puerta, el súbito despertar tras la noche cansada.
Tan delgados cabellos, silueta femenina perfecta, él intachable y a la vez tan ligero como volando entre las nubes. El espacio se golpea con gemidos punzantes.
Van despacio diciéndose todo aquello que parece quedó pendiente, tienen que aprovechar éste último encuentro. Habilidad innata para minimizar los problemas.
Ella reclama entre lágrimas todos aquellos años esperando respuesta, él mira incrédulo que tal epifanía se haga realidad; estando aún perdidos han sido capaz de encontrarse.
Hablan de ciencia y de piedad, del dolor que van guardando mientras esperan llegue el café. Para él un cortado, para ella café negro y puro. Cae lento y frágil, un cabello del ángel. Dicen que cuatro años no son nada, pero imagina diecisiete o veinte, es una locura; es como un calvario, un tercio de una vida bien vivida.
Concuerdan que el tormento no tiene edad, que esa costumbre de darlo todo es un pecado y no una virtud.
Sus brazos firmes en una camisa bastante suelta, la risa de un niño, la vergüenza de saber que podría ser incorrecto; cada palabra es como puntos a favor y en contra, después de una cerveza algunas cosas empiezan a tener sentido.
Ella cede, confiesa entre mirada y mirada que ningún sentir es en vano, que se puede esperar, que hay un segundo tiempo en cada partido. Tan técnico todo, cada término puesto con pinzas, hilando oraciones con algo más que coherencia y cohesión. Cuándo serán capaces de asumir que la oportunidad está frente a sus ojos.
Son dos enciclopedias parlantes, buscando refugio entre lluvia ficticia, entre un calor que parece frío, entre una coquetería que rosa la vanidad, son cuerpos que de edad no tienen nada, entes que ante el silencio de una caótica cuidad han hecho maravillas. Qué tan cerca del cielo pueden estar...
El roce de los músculos se hace maléfico, lava ardiente de una erupción anunciada, episodios de una misma trama creada para la locura.
Es el encuentro producto del rastreo, es la manera más íntima de aprovecharse de sus estados de fragilidad, sí, son débiles aún cautivos de los miedos, lazarillos para su ceguera, remedio para ese síntoma momentáneo de soledad.
Disfrutar de la imaginación es la recompensa a tanta guerra, sus propios recuerdos carnales convertidos en el izamiento más solemne de una bandera, orgullo de la conquista, botín con algo más que monedas de oro.
Esta es la promesa que ella le tenía pendiente, que aquellos cabellos platinados le habían jurado.
Podrían garantizarse que esto debió acontecer hace tanto tiempo que les sobran las palabras; hasta que finalmente sus pieles toman el mismo color, es el mismo tono del sol ardiente en un día de verano de aquellos lugares que no lo dejan a uno respirar.
Nunca sabrán si se entienden, pero sí están seguros que aquel cariño exhalado es desigual.
Apenas notan que vuelven al lugar dónde todo empezó, quizás tanta intelectualidad importa poco o quizás nada, involucrarse como lo hicieron en cualquier parte del mundo tiene como fin muy pocas opciones. Lo hecho, hecho está.
Él imagina esa piel cobriza nuevamente, analiza con detalle los ojos claros de la mujer que le regaló algo de su vitalidad, de esas rosas jóvenes que por unos días le dieron una sonrisa, está notando que la cobardía le pide volver el tiempo atrás, no haber dado ese paso, no haber ido a su llamado, haber resistido besar sus labios, pero así es y así será. Lo hecho, hecho está.
Ella piensa: cincuenta y nueve, número mágico, número de la suerte, número del perdón y número de unos mil motivos más, toma el teléfono dispuesta a llamar: ''Ha pasado ya más del tiempo que acordé, podemos vernos para tomarnos un té, ahí en ese lugar, en el que nos vimos por última vez''.



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